Louise Lamphere revisa el caso de la antropología feminista en Estados Unidos en el lapso que va desde los años setenta, y señala que desde el 2000 han ido en aumento los llamados a realizar una antropología feminista más comprometida, o incluso abiertamente activista.
Las etnografías feministas y la antropología activista representan una transformación en la investigación social: la producción de conocimiento se convierte en un acto ético, político y transformador. Más que estudiar comunidades desde fuera, los antropólogos feministas y activistas trabajan con ellas, buscando visibilizar desigualdades y promover cambios que beneficien a quienes han sido históricamente marginados.
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